lunes, 14 de noviembre de 2011

El carbón del metro...

Prefiero no dolerme, prefiero mirar el suelo,
atraparme en la tinta borrada en una hoja en blanco.
Quiero caminar con el fogueo de luces que no terminan de esconderse
en el sentimiento que no existe, que no me pertenece.
Me pego la pared en la espalda, eso es menos cansador que una verdad
escondida en toda una vida de mentiras.
No creo en lo posible, porque es más fácil alucinar con dragones,
demasiado imposible.
Escribo la palabra con la confusión pegada en la mano.
Quiero, pero no quiero, no quiero confiarme en lo que el corazón me dice
Seguiré haciendo como si nada, como la loca chora caminando por la calle,
los ojos rojos y el cuerpo dopado en vino,
la única manera de esconderse de la mentira
que escucho al otro lado de mi corazón,
ese que está en otra cama, en otras noches,
en otras cosas reales que no por eso son de verdad.
Me pego al suelo porque es lo único que me queda
y no lo hago por conformista, lo hago porque con los pasos de la gente
que, aunque desconocidas me recuerda tu corazón pegado a mi oído,
que tiene lo mismo que los pasos del suelo de la calle, son todos desconocidos.
Me caen las letras, las palabras. Las absorbo de los pensamientos
que salen en el colapso del metro.
Me caen las palabras y me caen como los sentimientos cobardes de golpe
que por mi no existieran, pero si son cosas divinas,
prefiero ni tocarlas, ni mirarlas y tan solo sentirlas cuando se van
desvaneciendo, desapareciendo en los cajones del olvido,
que es mejor guardarlos donde nadie los recuerde
y donde nadie quiera encontrarlos.

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