jueves, 6 de febrero de 2014

Caña

Nadie iba a saberlo nunca, nadie pensaría siquiera todo lo que anoche había pasado en esa casa, en su cama. Eran las tres de la tarde y ella caminaba como podía, como recordaba que era el camino hacia su casa. Sin ganas, quizás un poco de pudor; no era la primera vez que lo hacía, seguramente no era la última, pero esta era de esas pocas veces en las que la cantidad de alcohol y marihuana no borraría todo lo que pasó, ella lo sabía. La música le retumbaba en sus oídos todavía, a estas alturas ya le apestaba el dolor de cabeza. Sus pasos iban firmes y calando el suelo como si intentara olvidar alguna cosa, como si quisiera que su cara de odio hacia el mundo les hiciera creer a todos lo que ella ni siquiera entendía. Las cuatro y media de la tarde y las ganas de fumarse otro caño no se le habían quitado, tenía uno en la casa, o por lo menos esperaba que aún estuviera ahí.

Los recuerdos eran escasos, borrosos. Las sensaciones eran casi lo mismo, aunque el sexo oral de anoche no le dejaba las piernas tranquilas, como si caminara más rápido cada vez que lo recordaba. Llega al paradero y prende un cigarro, es la única solución que tiene hasta el momento para el bajón. Espera con más ganas el llegar a su casa, tomar una ducha, fumarse el caño para el dolor de cabeza. La mata, pero nadie sabe de dónde nace ese dolor. El alcohol está haciendo su efecto, la marihuana quizás. Sus pensamientos también hacen lo suyo; sabe que él no es cualquier persona, ella tampoco lo es para él, saben muy bien lo que tienen entre manos. Ella sabe muy bien lo que siente, o lo que intenta entender como sentimiento o algo así. Nadie puede negar que el dolor más fuerte proviene de ahí, ella lo sabía. Al parecer ese era el problema, ella lo entendía todo, incluso sabía todo lo que vendría después. Ella entendía que es exactamente el después lo que no llegaría, por mucho que lo pidiera, hasta deseara… aunque lo niega siempre. Siempre.
Saca las llaves del bolso, abre la puerta. No hay nadie. Hay una nota en la mesa “hija, hay comida en el refrigerador”. Nada de hambre, va la pieza, abre el frasquito de metal y saca el caño, lo prende, aún con los audífonos puestos. Se estira en la cama y como por una cosa extraña, magia quizás, o el muy buen cogollo que le regalaron, cada detalle de toda la noche vuelven a resplandecer ante sus ojos como si fuesen fotografías rápidas en blanco y negro. Cortas, precisas, sin tantos detalles, pero con demasiadas sensaciones dentro de sí. Abre los ojos y nada, no se van, siguen… siguen y se clavan como agujas en su pecho. Muchas agujas que no dejan de punzar, cada vez más fuerte, cada vez más profundo. Vuelve a cerrar los ojos, suspira. Aspira bien profundo el cogollo. Contiene. Bota.

Nunca toma en cuenta estas cosas, de hecho le son hasta extrañas, dentro de ella por lo menos. “La vida no se trata de esta mierda” dice en su mente. Y tiene razón, no se trata de esto, no se trata de recuerdos, no se trata de quedarse pegados en una noche que se vuelve a repetir, una y otra vez, todas las semanas. “No se puede trastornar la vida por huevadas que no valen la pena”. Y tiene razón, como siempre esta historia no vale la pena. “Sé lo que hago, sé lo que he sido, no estoy para este juego, no conmigo” sigue pensando. Es extraño cuando un caño no borra nada, de hecho casi nunca le pasa, pero hay veces en que no se puede hacer mucho con lo que está adentro, intentando invadir el corazón. “Yo no tengo corazón, no para esto”.
La verdad es que no hay mucho que pensar después de tanto tiempo. No puedes pedirle a un águila que deje de volar, no puedes pedirle a una serpiente que no se arrastre “No puedes pedirme que me comprometa contigo después de lo mierda que has sido” piensa como si le hablara a él. No puedes pedirle a un hombre que sea como nunca ha tenido en consideración ser. La cobardía es el fuerte más recurrente de sus palabras, piensa ella.

Ella se ha encargado de hacer de su cara una expresión en donde los sentimientos no rodeen la debilidad. Sus ojos dicen más de lo que ella quiere admitir, sin embargo, nadie puede saber lo que realmente están gritando, ella lo sabe muy bien. La manipulación es un juego de niños cuando se trata del nexo previo a una noche bien follada. Por mucho que esconda esta cosa de los sentimientos, nunca ha negado tenerlos. Puede evadirlos por mucho tiempo, incluso hacer como si no le afectaran, pero todos sabemos que aunque por muy perra que parezca, nadie borra las cicatrices de un beso bien dado, de esos que se quedan más adentro de los labios.

No quiere pensar más, no tiene ganas de tonterías. Su vida va más allá de cualquier “porquería” que pretenda corromper su libertad. La decisión está tomada y aunque duela, no hay vuelta atrás. Nada más que hacer. “oye, salgamos?... a las 8, llevo un caño”. Se mira al espejo, miras sus ojos, esboza una sonrisa. Sus ojos detalladamente bien maquillados, sus labios rojos al igual que su cabello. Bloquea, una vez más su mente, toma su bolso, celular, cigarros, encendedor. Sale.


Nadie iba a saberlo nunca, nadie pensaría siquiera todo lo que anoche había pasado en esa casa, en su cama. Eran las tres de la tarde y ella caminaba como podía…