Nadie iba a saberlo nunca, nadie pensaría siquiera todo lo
que anoche había pasado en esa casa, en su cama. Eran las tres de la tarde y
ella caminaba como podía, como recordaba que era el camino hacia su casa. Sin
ganas, quizás un poco de pudor; no era la primera vez que lo hacía, seguramente
no era la última, pero esta era de esas pocas veces en las que la cantidad de
alcohol y marihuana no borraría todo lo que pasó, ella lo sabía. La música le
retumbaba en sus oídos todavía, a estas alturas ya le apestaba el dolor de
cabeza. Sus pasos iban firmes y calando el suelo como si intentara olvidar
alguna cosa, como si quisiera que su cara de odio hacia el mundo les hiciera
creer a todos lo que ella ni siquiera entendía. Las cuatro y media de la tarde
y las ganas de fumarse otro caño no se le habían quitado, tenía uno en la casa,
o por lo menos esperaba que aún estuviera ahí.
Los recuerdos eran escasos, borrosos. Las sensaciones eran
casi lo mismo, aunque el sexo oral de anoche no le dejaba las piernas
tranquilas, como si caminara más rápido cada vez que lo recordaba. Llega al
paradero y prende un cigarro, es la única solución que tiene hasta el momento
para el bajón. Espera con más ganas el llegar a su casa, tomar una ducha,
fumarse el caño para el dolor de cabeza. La mata, pero nadie sabe de dónde nace
ese dolor. El alcohol está haciendo su efecto, la marihuana quizás. Sus
pensamientos también hacen lo suyo; sabe que él no es cualquier persona, ella
tampoco lo es para él, saben muy bien lo que tienen entre manos. Ella sabe muy
bien lo que siente, o lo que intenta entender como sentimiento o algo así.
Nadie puede negar que el dolor más fuerte proviene de ahí, ella lo sabía. Al
parecer ese era el problema, ella lo entendía todo, incluso sabía todo lo que
vendría después. Ella entendía que es exactamente el después lo que no
llegaría, por mucho que lo pidiera, hasta deseara… aunque lo niega siempre.
Siempre.
Saca las llaves del bolso, abre la puerta. No hay nadie. Hay
una nota en la mesa “hija, hay comida en el refrigerador”. Nada de hambre, va
la pieza, abre el frasquito de metal y saca el caño, lo prende, aún con los
audífonos puestos. Se estira en la cama y como por una cosa extraña, magia
quizás, o el muy buen cogollo que le regalaron, cada detalle de toda la noche
vuelven a resplandecer ante sus ojos como si fuesen fotografías rápidas en
blanco y negro. Cortas, precisas, sin tantos detalles, pero con demasiadas
sensaciones dentro de sí. Abre los ojos y nada, no se van, siguen… siguen y se
clavan como agujas en su pecho. Muchas agujas que no dejan de punzar, cada vez
más fuerte, cada vez más profundo. Vuelve a cerrar los ojos, suspira. Aspira
bien profundo el cogollo. Contiene. Bota.
Nunca toma en cuenta estas cosas, de hecho le son hasta
extrañas, dentro de ella por lo menos. “La vida no se trata de esta mierda”
dice en su mente. Y tiene razón, no se trata de esto, no se trata de recuerdos,
no se trata de quedarse pegados en una noche que se vuelve a repetir, una y
otra vez, todas las semanas. “No se puede trastornar la vida por huevadas que
no valen la pena”. Y tiene razón, como siempre esta historia no vale la pena.
“Sé lo que hago, sé lo que he sido, no estoy para este juego, no conmigo” sigue
pensando. Es extraño cuando un caño no borra nada, de hecho casi nunca le pasa,
pero hay veces en que no se puede hacer mucho con lo que está adentro,
intentando invadir el corazón. “Yo no tengo corazón, no para esto”.
La verdad es que no hay mucho que pensar después de tanto
tiempo. No puedes pedirle a un águila que deje de volar, no puedes pedirle a
una serpiente que no se arrastre “No puedes pedirme que me comprometa contigo
después de lo mierda que has sido” piensa como si le hablara a él. No puedes
pedirle a un hombre que sea como nunca ha tenido en consideración ser. La
cobardía es el fuerte más recurrente de sus palabras, piensa ella.
Ella se ha encargado de hacer de su cara una expresión en
donde los sentimientos no rodeen la debilidad. Sus ojos dicen más de lo que
ella quiere admitir, sin embargo, nadie puede saber lo que realmente están
gritando, ella lo sabe muy bien. La manipulación es un juego de niños cuando se
trata del nexo previo a una noche bien follada. Por mucho que esconda esta cosa
de los sentimientos, nunca ha negado tenerlos. Puede evadirlos por mucho tiempo,
incluso hacer como si no le afectaran, pero todos sabemos que aunque por muy
perra que parezca, nadie borra las cicatrices de un beso bien dado, de esos que
se quedan más adentro de los labios.
No quiere pensar más, no tiene ganas de tonterías. Su vida
va más allá de cualquier “porquería” que pretenda corromper su libertad. La
decisión está tomada y aunque duela, no hay vuelta atrás. Nada más que hacer.
“oye, salgamos?... a las 8, llevo un caño”. Se mira al espejo, miras sus ojos,
esboza una sonrisa. Sus ojos detalladamente bien maquillados, sus labios rojos
al igual que su cabello. Bloquea, una vez más su mente, toma su bolso, celular,
cigarros, encendedor. Sale.
Nadie iba a saberlo nunca, nadie pensaría siquiera todo lo
que anoche había pasado en esa casa, en su cama. Eran las tres de la tarde y
ella caminaba como podía…