Hay varias cosas que debemos dejar en claro de manera
urgente entre nosotros dos; usted, caballero, ha superado las expectativas de
absolutamente todo lo que pasa por mi mente en este momento. No se ilusione
tanto, que en este momento lo único que tengo en mente es su cama, su mirada,
su otras tantas cosas más y algo muy esencial que se presenta en todas las
veces que he rasguñado sus sábanas; aquella lengua milagrosa.
Caballero, debo decirle que usted osa a juguetear conmigo,
se atreve a interrumpir absolutamente en todo lo que yo sé (o hasta antes de
conocerle sabía), sobre lo que se refiera a camas ajenas. Usted, estimado, se
ha empeñado en que su cama (con absolutas ganas de no volver a conocer ninguna
otra) y todo lo que me hace en ella, sea una total y única necesidad a mis
gemidos, a mis deseos más mojados que sus dedos provocan, a todas mis ganas de
sentir aquella lengua (ya mencionada como milagrosa) que, usted muy bien sabe,
me hace temblar.
Debo decirle que cada vez que su cuerpo, exquisitamente
deseable, se mueve sobre el mío, no puedo hacer más que mirarlo a los ojos y
expresarle que quiero acabar, pero no quiero que usted deje de moverse
exactamente. Desearía que siguiera entre mis piernas lamiendo todo lo que sabe
que me prende y digo muy bien; me prende. Usted y yo, al parecer (por todo el
tiempo que ha pasado) sabemos algunas otras tantas cosas que, al momento de
leer este documento, nos van a provocar efectos deseosos que solo podremos
tranquilizarlos (y solo eso porque terminar con ellos es casi imposible) con
aquellas bocas que sabemos ocupar con agradable experiencia; adquirida en el
tiempo que nos hemos dado en conocernos a cuerpo abierto… yo más abierta que
usted y se le agradece aquellas gratas posiciones de sumisión a su persona.
Sin embargo, no quiero dejar de lado el tema principal de esta
carta; su boca entre mis piernas. Por Dios, caballero, a usted deberían haberle
enseñado que no se debe llevar a una mujer (no sé si en este caso sea decente)
al descontrol absoluto, al impulso más animal de su existencia, que no le
permite pensar si quiera en que hay un pudor que mantener en pie. Eso no se
hace, caballero; dejar un cuerpo ajeno, pero no menos suyo, anclado al deseo
que su lengua provoca, es algo que, además de solo poder lograrlo aquellos
hombres, deja en un éxtasis que, incluso a la más mínima insinuación, el cuerpo
(en este caso el mío) se autodisponga al descontrol. El real problema de todo
esto, señor, es que no solo lo logra cuando está sobre mí, lo logra en lo que
deja como recuerdos en mi mente. Me provoca, me provoca siempre a bajar por su
cuerpo y pasea mi lengua en toda su exquisitez y hundirla hasta lo que mi
garganta aguante (y cada vez con mayor capacidad), que yo sé muy bien que a
usted también le fascina los efectos de mi boca en su pelvis.
Siendo honesta con usted, no le estoy reprochando
absolutamente nada, al contrario, ya le he dicho que me encanta lo húmeda
(mayormente mojada) que me pone cuando me mira a la cara, mueve su mano en mi
entrepierna (o lo que quiera mover en ella, sea suya la libertad) y ejerce un
total dominio en lo que puedo conocer como placer, deseo, apetito sexual,
orgasmo (que, vaya, que los provoca exquisito) y así. Ejerce un abuso de poder
sobre mis senos que no deja de excitarme cada vez que hasta su mirada se posa
con ese deseo ferviente que me calienta, y los muerde como aquella comida que
no quiere que se acabe. Le informo que mis senos siempre estarán dispuestos a
su lengua, mis gemidos a sus oídos y por sobre todo, mi cuerpo a lo que quiera
conocer como placer.
Saludos cordiales.
ay amiga! que representada en tu escrito somo las mujeres que deseosas de placer sabemos amar y conjugar ambos actos.
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